Anochece
Las puertas del campo. Esas puertas inexistentes que favorecen el abrazo entre el cielo y los árboles, entre la luz y las nubes, entre tu mano y mis dedos. . . #sunset
Las puertas del campo. Esas puertas inexistentes que favorecen el abrazo entre el cielo y los árboles, entre la luz y las nubes, entre tu mano y mis dedos. . . #sunset
Por San Blas… cigüeña verás. Eso dice el refrán. Pero, ¿qué nos dice un paisaje de invierno rozando la primavera?
Esta es la historia de un árbol, uno de tantos que habitaban en aquella ribera del río, y que estaba desnudo de hojas en aquel gélido invierno.
Dudaba de todo. Pensaba que a él, tan feo y desgarbado, no le iban a querer ni las hormigas del campo. A veces se preguntaba qué hacía allí y cuál era su papel. Sin embargo, se mantenía firme en aquel bosquecillo, junto al pequeño y destartalado puente y le servía de ayuda al muchos transeúntes que por allá cruzaban…
Granito, ramas, piornal. Al fin y al cabo, estos son los elementos básicos que se encuentran en cualquiera de los antiguos corrales que pueblan las inmediaciones de Navalosa, en las estribaciones del Gredos más abulense. Dice la tradición que tienen origen celta, lo mismo que se sugiere de sus populares cucurrumachos, que se exhiben orgullosos en los carnavales. La forma constructiva, tan medida y práctica, sugiere que estos espacios tenían la finalidad de perdurar en el tiempo, en los siglos.
Imagínate por un momento que en Ávila, un día cualquiera, una gran corriente de aire empezara a voltear la muralla y sus gentes con mucha fuerza. Tras el vendaval, una gran calma. La gente se mira, observa a su alrededor y, al principio, no se reconoce, pero, a pesar de todo, cada cosa está en su sitio. Salvo con una pequeña diferencia: están en otra época. Se han trasladado en el tiempo como si la ciudad amurallada hubiera devuelto de sus entrañas la historia más intrínseca de la ciudad.
“Cuando los frailes hicieron el convento aquí, por algo fue”. Buen argumento el de Jesús, mientras caminamos entre tomillos, espliego y lavanda hacia un punto: el antiguo monasterio de Nuestra […]
Hace poco tuve que ir a Salamanca. Fui por trabajo y por turismo, porque yo siempre aprovecho estas cosas. Estuve de día, vi anochecer y luego volví a Ávila, con una sonrisa en los labios y con la satisfacción de haber conseguido mi primer viaje soleado de todo el invierno.
La verdad es que siempre he tenido un buen concepto de Salamanca como ciudad. La veo próspera, llena de iniciativas, viva y en crecimiento. Y, a pesar de todo, sigue contemplando la impronta del tiempo en sus calles, en sus monumentos, en su hermosa plaza. Su catedral me volvió a dejar impresionada. Conocí un bello rincón, el jardín de Calixto y Melibea que, a pesar del invierno, dejaba entrever una bonita primavera. Desde allí anocheció ese día para el resto del mundo.