El verano me recuerda a ese tarro de miel que, acabado el mes de agosto, se va derramando entre los dedos, sin querer, con una cadencia lenta y, para qué negarlo, algo penosa. Al caer, nos deja las manos impregnadas de su dulzor pegajoso y penetrante.
La miel recuerda a la risa de un niño, a las camisetas blancas con rayas azul marino, al sol a las ocho y media de la tarde en agosto, al amor sincero de dos golondrinas, al algodón de azúcar, a los castillos de arena, a las verbenas de cualquier pueblo y a la flor de la lavanda. Nos hace revivir buenos momentos y es difícil quitarse de encima -incluso con el agua del paso de los días- su pastosa sensación.
Cuando se vuelca el tarro de miel sobre una hogaza de pan, o sobre la leche, se forman unas ondas perfectas, como olas ligeras se ligan en el romero de su perfume fino y su fragancia de felicidad. Ese color dorado, como el de las playas y los atardeceres, atenaza mientras te intentas deshacer de su sencillo y, al mismo tiempo, elaborado sabor.
Olas de miel… Olas de sal y arena.
Y después de la miel… Llega el otoño.
Me gusta mucho tu blog, enhorabuena! Te dejo el mio si te animas a seguirme https://fotografiarocioph.wordpress.com/
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Exquisito, la lectura me trajo recuerdo de mi verano
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